martes, 28 de abril de 2009

Mi media hora

Media hora del día –por la noche- no me deja trasnochada para el día siguiente, para el día bancario de comités y reuniones y treinta correos por hora. Esa debe ser la medida de velocidad del trabajo, los correos-por-hora, imagino las conversaciones de corredor, fulano, qué peligro, iba como a 150 y el sistema colapsó. ¿El nervioso? Seguro que sí, ¿cuál otro podría ser? No sé, la Intranet, el sharepoint, el outlook, el lotus. No, el nervioso. Ah, pobre... y ¿Cómo siguió? Ni idea. Yo voy como a treinta por hora. Qué lenta. (Siquiera, así tengo mi media-hora-del-día- en-la-noche para esto, para nada, para sentarme a escribir-me o a escribir-les, a hacer malabares de letras. Hoy hablaba con mi papá precisamente de la vida que encierran las palabras, de la vida que llevan, con cromosomas. ¿Quién tendrá entre sus proyectos científicos desentrañar el genoma de las palabras? De las expresiones que se heredan de generación en generación y tienden a desaparecer cuando no hay hijos de por medio, como el arroz mojado o la carne pisada de la familia de mi papá, que para nosotros es hoy sopa de arroz y carne molida. Qué será de este español que hablo, cuando nadie lo siga hablando, será también ceniza, polvo son, en polvo se convertirán. ¿Quedará algún fósil que conserve su ADN para que en un futuro parque paleontológico las revivan y generen pequeñas catástrofes idiomáticas? ¿Morirán?) Y Fulano, ¿regresó? ¿Quién? Pues Fulano, el que colapsó. Ah... ni idea. Jmm... deberían tener límite de velocidad. Sí, pero también un mínimo, la mayoría de los accidentes los causan los que van muy lento. Eso también es cierto. Oíste, y supiste de Perano, batió record. De qué. Pues de Velocidad, ¿no hablábamos de eso? Ah, verdad. Bueno, me voy, nos vemos luego. Saludes. Te escribo. Ok. Te leo... si Dios quiere.

Media hora al día. No más, un pequeño ejercicio disciplinario, hasta campaña de publicidad deberían hacerle, estilo esa que pregunta si le sacamos el mismo tiempo al cuidado de los dientes que al del cuerpo, qué tal, por qué no nos preguntan si nos sacamos el mismo tiempo para estas cosas que para tantas otras, al menos el mismo tiempo que le dedicamos a la siesta, al maquillaje, al secador de pelo o a elegir la ropa. Yo no, tanto tiempo a la siesta, el resto se hace tan rápido como me quede posible para no poner en jaque el sueñito. Mejor vivir despacio, no sea que me pase lo que a ella.

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