viernes, 1 de mayo de 2009

Navidad

Aquella Navidad, no sé cuántas después o antes de aquella otra en la que recibí de regalo un montón de rosetas sobre el estómago, bonitas e increíblemente urticantes, que poco tardaron en cubrir todo mi cuerpo y de las que aún hoy conservo como recuerdo una pequeña cicatriz sobre la frente, un cratercito que pone en evidencia mi increíble capacidad de desobedecer las órdenes y recomendaciones de mi mamá y que debió ser cubierto por el photoshop la única vez en mi vida que he servido de modelo publicitaria, recibí, en lugar del bebé muñeca que todas mis primas habían pedido en sus cartas, una cámara fotográfica: podría dejar de lado para siempre la máquina de juguete, color púrpura, que tenía un flash giratorio, que hacía el tradicional sonido de las cámaras cuando obturan y que me mostraba en cadena las siete maravillas del mundo.
Y, por supuesto, también recibí una muñeca, menos pulida que las de mis primas; la mía, para que les quede claro, era evidentemente una muñeca, mientras que las de ellas, ante la mirada fugaz del transeúnte desentendido, podrían pasar perfectamente por bebés de carne y hueso. (La muñeca la recibí para consolar a mis tías que habían decidido que, en vista de que todas las primas –menos yo, que no contaba- recibirían sus bebés-muñecas, la mejor opción de aguinaldo sería confeccionarles a todas desde el vestido de gala hasta el canguro para llevarlas sobre la espalda.) Y no crean que la discriminación fue producto de un niño Dios despalomado, él, tan buen lector, se guió sólo por mi solicitud explícita, así que la despalomada era yo que me creía, desde los cinco años, capaz de construirme un mundo lleno de maravillas.
Hoy, mis primas, todas, tienen a cuestas sus bebés muñecas, de carne y hueso, que demandan, a su vez, sus propios bebés muñecas, las matrículas de los colegios, los seguros médicos, los últimos videojuegos, sus bicicletas, los dulces del supermercado, los viajes a Disney, la ropa confeccionada, los canguros y los coches. Y ¿yo? Pues con mi cámara, como era de esperarse.

jueves, 30 de abril de 2009

Del pánico a la indignación


¿Cómo he vivido la Pandemia?

Después del 11 de septiembre famoso, Estados Unidos encomendó a 11 directores cinematográficos del mundo la pequeña tarea de contar cómo habían vivido en sus países de origen la fatídica fecha. 11 bellas historias que nos recordaron que el sufrimiento trasciende las fronteras, en especial las que no son norteamericanas, pues de éstas, casi diez narraban tragedias propias, menos mediáticas que la estadounidense, pero igual de dolorosas –incluso más, me atrevería a decir-. Pues bien, el contexto mundial nos exige preguntarnos cómo hemos vivido la pandemia y yo quiero compartir mi caso, particularmente porque mi hermana, hace poco menos de un mes, después de un noviazgo de año y medio con un mexicano, que, a propósito de los medios masivos, conoció por Internet, se fue a vivir nada menos que a la zona donde se presentó el paciente cero, el pequeño niño culpable de la crisis que nos ha convertido a todos en sospechosos.
Empezaré por este punto. Aquí, en Colombia, en el Valle de Aburrá, rodeada de montañas enormes, me he encontrado dudando incluso de mi mejor amiga. Puede ser, Dios no lo quiera, que el virus esté en su saliva y un beso de despedida se convierta entonces en mi condena de muerte. He dudado de mis compañeros de trabajo, del ducto del aire acondicionado, de la puerta del ascensor, de mis padres, hasta de mi perro: si el virus migró del cerdo a los humanos, puede ser, es posible, que también haya migrado al can y que esté pronto a devolverse reforzado para matarme. Y sí, todos han dudado de mí, ahora debo buscar una máscara de esas que el gobierno decretó que no pueden venderse por más de 180 pesos porque mi típica alergia matutina hizo que ante el primer estornudo todos me miraran como si acabara de apuntarles entre los ojos con un revólver cargado, qué digo apuntarles, me miraron como si de hecho hubiera apretado el gatillo. Mi hermanita, hasta amenacé a mis padres con un ataque de ira incontrolado si no buscábamos la manera de hacer que se devolviera, maldito su novio y maldita la Internet que permitió que se conocieran, ahora la pobre se mueve por un caldo de cultivo que acabará con su vida, como le ha pasado ya, en lo que va de abril, a 149 personas, 20 de ellas casos confirmados de “la nueva gripa” .
Pánico, eso he sentido, eso sentí hasta hoy, a eso de las once de la mañana, cuando empezó a parecerme todo algo sospechoso. Y entonces, la televisión me dio un empujoncito, un comercial de esos institucionales en los que invitan a la población de Antioquia a protegerse de la tuberculosis. Empecé a pensar, a darle vueltas en la cabeza a todo el revoltijo de noticias de última hora con discusiones viejas y lecturas pasadas, a recordar aquel director de instituto médico que me decía, con la cara llena de vergüenza al pensar en su juramento hipocrático, que las enfermedades son un negocio muy rentable, tanto, que hasta se decretan con el propósito exclusivo de generarle demanda a los medicamentos. El caso que usó como ejemplo fue el de la hipertensión y se me quedó grabado pues la primera vez que empecé estudios de medicina, recuerdo que me dijeron, tensiómetro y estetoscopio en mano, que la presión normal estaba en un rango de 120 / 80 más o menos diez y luego, doce años después, cuando una vez más inicié estudios de medicina, de tensiómetro y fonendoscopio en mano (ya le habían cambiado el nombre de uso al estetoscopio), me dijeron que una persona con presión arterial de 130, era hipertensa. En 12 años pasó de normal a hipertensa la pobre persona de presión de 130 y quedó condenada a usar medicamentos para la presión por el resto de su vida.
Pues bien que mi pánico, ante esta sumatoria de factores –más otros tantos que fueron revoloteándome por la cabeza- me llevó a cuestionarme cuántas personas habían muerto en México por tuberculosis en el mismo lapso. El dato exacto no lo encontré, pero me topé con unas cifras que me dejaron al borde de una crisis nerviosa: entre el año 2000 y 2008, murieron en México 22.581 personas a causa de la Tuberculosis. ¡En sólo 2008, en el estado de Veracruz murieron 2.596 personas, es decir 7.11 personas al día! De hecho, buscando un poco más, encontré que se calcula que cada minuto muere una persona por tuberculosis en el mundo, y eso, tras un ejercicio básico de matemáticas, significa que, estadísticamente, cada día mueren 1440 personas por tuberculosis. (Nótese que en lo que va desde el inicio de la famosa pandemia de la gripa, han muerto, en promedio, 4.96 personas por día. ¿Pandemia? )
Entonces, ¿por qué los medios no dicen nada de la pandemia de tuberculosis? ¿por qué no hay una crisis mundial, una alerta 6, por qué no cierran los colegios y las empresas? Quizás, el contagio sea difícil o no se transmita de persona a persona o no esté, como el virus de la gripa, en la saliva... mentiras. El pasado 24 de marzo se celebró el día mundial de la tuberculosis y las campañas preventivas nos enseñaron que la tuberculosis se contagia a través del aire, cuando una persona afectada con TBC pulmonar tose o estornuda.
En este punto, mi pánico se transformó en desasosiego. ¿Será verdad lo que las cadenas de correos electrónicos afirman y esto no es más que un circo para cambiar por fin de tema y dejar la crisis económica en el olvido? ¿Será la estrategia de mercadeo de los laboratorios productores del antiviral salvador más anti ética jamás presenciada por el hombre? ¿Seré yo Señor? Ahora resulta que a mi hermanita le va a dar tuberculosis, o a mí o a mis compañeros de trabajo o a mi mejor amiga... pero no, eso no ocurriría, en las noticias no lo han dicho, en el periódico no sale publicado, eso no existe. ¡En todo caso, con tanta pensadera, demás que se me ha subido la presión a 130 y ahora sí soy hipertensa!

miércoles, 29 de abril de 2009

Paula: lo que a ella

Donde a todas estas Eva hubiera tenido media-razón siempre y sólo hubiera pasado por alto un detallito en su premisa, entonces la vida, como el amor, sería un bien finito y las normas de economía del uno deberían aplicar de manera semejante para la otra. Es decir, hay que vivir despacio para no irse a gastar la vida antes de tiempo. Hay que amar despacio. Qué vida. Todavía se colgaba del cuello mío cuando me veía y me abrazaba como si no hubiera nadie viéndola, se quedaba ahí colgada mientras yo, casi medio metro más alta, seguía caminando. 21 años, casi todos conocidos míos. Un lunar en su mejilla y un nombre-condena. No el suyo, el de él. ¿Qué tal si los nombres nos traen amarrado un destino que nos es ineludible? A quién se le ocurre que un hijo de clase media, acomodado como dirían las mamás, pudiera llamarse así, con esa mezcla entre un inglés de película mal pronunciado y un español de registraduría de pueblo, de esos que ingresan en sus actas de nacimiento a yovanis y leidis mariselas, y sobrevivir a su destino de maleante. Los estudios de medicina, la fisioterapia en Alemania, los libros de literatura francesa y el estudio de tanto existencialista, una dieta balanceada, una rutina juiciosa de ejercicio y el buen sexo no pudieron salvarlo de terminar, puñal en mano, con la niña de mi cuello y lunar en la mejilla.

La culpa era de ella, quién la mandó a estar tan viva. Y de la mamá, la de él, cómo se le ocurre ponerle semejante nombrecito y creer que él iba a salir impune, con la cédula de bandera, a ondearla en señal de victoria pacífica frente al destino. Y qué se iba a imaginar que su papel estaba ya escrito, que era el peón que haría el jaque en medio de una de esas magistrales partidas de ajedrez en las que los entendidos desde el tercer movimiento giran la escudería completa, con monarquía incluida, en señal de una derrota que nadie más ve.

Desde la cuna de ella –con un tetero al alcance de su mano, por si acaso de nueve meses entendía que el dolor de tripas se le iba a quitar con sólo tomar ese objeto lleno de aguapanela, con un chupo que había pasado de generación en generación, y llevárselo a la boca- él estuvo condenado. ¿Por qué fue él y no tanto criminal suelto, de joya al cuello para demostrar con oro lo que la educación no dio, el que se llevó la sangre y la condena? El nombre. ¿La condena? ¿Cuál? El fiscal de turno le dio una pena más suave que la que asumió la pobre señora que se empacó una libra de arroz en el bolso antes de salir del supermercado. La sangre sí, y esa no se la quita ni el jabón de coco ni el Axe. Y yo que intenté enseñarle Inglés mientras ella seguía gastándose esa vida a toda velocidad. La primera vez que la vi, parecía una muñeca, de esas de muñequero, que lloran y uno les da tetero y cierran los ojos y hay que cambiarle los pañales. Mi primera muñeca.

martes, 28 de abril de 2009

Mi media hora

Media hora del día –por la noche- no me deja trasnochada para el día siguiente, para el día bancario de comités y reuniones y treinta correos por hora. Esa debe ser la medida de velocidad del trabajo, los correos-por-hora, imagino las conversaciones de corredor, fulano, qué peligro, iba como a 150 y el sistema colapsó. ¿El nervioso? Seguro que sí, ¿cuál otro podría ser? No sé, la Intranet, el sharepoint, el outlook, el lotus. No, el nervioso. Ah, pobre... y ¿Cómo siguió? Ni idea. Yo voy como a treinta por hora. Qué lenta. (Siquiera, así tengo mi media-hora-del-día- en-la-noche para esto, para nada, para sentarme a escribir-me o a escribir-les, a hacer malabares de letras. Hoy hablaba con mi papá precisamente de la vida que encierran las palabras, de la vida que llevan, con cromosomas. ¿Quién tendrá entre sus proyectos científicos desentrañar el genoma de las palabras? De las expresiones que se heredan de generación en generación y tienden a desaparecer cuando no hay hijos de por medio, como el arroz mojado o la carne pisada de la familia de mi papá, que para nosotros es hoy sopa de arroz y carne molida. Qué será de este español que hablo, cuando nadie lo siga hablando, será también ceniza, polvo son, en polvo se convertirán. ¿Quedará algún fósil que conserve su ADN para que en un futuro parque paleontológico las revivan y generen pequeñas catástrofes idiomáticas? ¿Morirán?) Y Fulano, ¿regresó? ¿Quién? Pues Fulano, el que colapsó. Ah... ni idea. Jmm... deberían tener límite de velocidad. Sí, pero también un mínimo, la mayoría de los accidentes los causan los que van muy lento. Eso también es cierto. Oíste, y supiste de Perano, batió record. De qué. Pues de Velocidad, ¿no hablábamos de eso? Ah, verdad. Bueno, me voy, nos vemos luego. Saludes. Te escribo. Ok. Te leo... si Dios quiere.

Media hora al día. No más, un pequeño ejercicio disciplinario, hasta campaña de publicidad deberían hacerle, estilo esa que pregunta si le sacamos el mismo tiempo al cuidado de los dientes que al del cuerpo, qué tal, por qué no nos preguntan si nos sacamos el mismo tiempo para estas cosas que para tantas otras, al menos el mismo tiempo que le dedicamos a la siesta, al maquillaje, al secador de pelo o a elegir la ropa. Yo no, tanto tiempo a la siesta, el resto se hace tan rápido como me quede posible para no poner en jaque el sueñito. Mejor vivir despacio, no sea que me pase lo que a ella.